Parroquia

Nuestra Señora de los Ángeles

Serra, Valencia

A todo puedo hacerle frente pues Cristo es quien me sostiene.
San Pablo (Fil 4, 13)

Homilías

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Homilia Segundo Domingo de Adviento (Ciclo B)

La semana pasada comenzábamos el tiempo de Adviento, las cuatro semanas previas a la fiesta de Navidad, en la que nos preparamos para celebrar y actualizar el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, porque eso y no otra cosa es la Navidad. Y nos hacíamos el propósito de aprovechar los medios que tenemos y se nos ofrecen durante este tiempo para que la Navidad no nos encuentre adormecidos, despistados con otros temas, y podamos salir al encuentro de Cristo

En este II domingo de Adviento, el evangelista Marcos nos habla del comienzo de la Buena Noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios. Y al comienzo, lo que resuena no es la voz de Jesús, sino la voz de los profetas, cuya misión es roturar -arar como hacían nuestros antepasados con la tierra para preparar la cosecha-, la aridez de los corazones.

Jesús no llega al corazón de las personas de sopetón. Necesita precursores, alguien que le prepare el camino. Juan Bautista recoge las palabras de Isaías y predica y prepara...

"Una voz grita en el desierto". ¿Acaso nuestros oídos están taponados? ¿No oímos? O lo que es peor, ¿no hay respuesta?.

Pedía el Señor que se hablase al corazón de Jerusalén, al corazón del pueblo. Ese Jerusalén somos hoy nosotros, la Iglesia. ¿Quién es quien habla con profundidad al corazón? Jesús. Sus palabras fueron siempre de vida y de gracia y llegaban al corazón de la gente, especialmente a los que más sufrían.

Hablar al corazón, es decir  palabras sinceras y sentidas, palabras vivas: la palabra que el hermano necesita y espera.

Es hablar desde la comprensión y la empatía (de percibir lo que el otro puede sentir). Es proyectar un haz de luz en la noche del que sufre. Es encender la esperanza. Es hablar desinteresadamente. Es hablar desde, y para el amor.

Hoy NO HABLAMOS AL CORAZÓN. Hablamos más al cerebro, para convencerle de nuestras ideas o ideologías. Hablamos a las pasiones, para despertarlas o comerciarlas. Hablamos a los sentidos, para provocar en ellos necesidades y apetencias. Hablamos al bolsillo, para sacar el dinero, para obtener un beneficio. Pero… al corazón no llegan nuestras palabras.

Pensemos ahora en los medios de comunicación, pensemos en los discursos de los políticos, en los mensajes de todos esos famosos y famosillos que deambulan por la vida social, en las enseñanzas de los educadores, en nuestros diálogos en familia o nuestras conversaciones cotidianas...

Hemos de confesar que la mayoría de las veces nuestros diálogos pecan de superficiales.

Hablemos, pues, al corazón: que los padres hablen al corazón de sus hijos; que los educadores hablen al corazón de sus alumnos; que los gobernantes hablen al corazón de su pueblo; que los artistas hablen al corazón del mundo.

"Preparad el camino al Señor..." cantamos y escuchamos repetidamente en este tiempo de Adviento. ¿Qué pasos ha de dar el hombre? ¿Qué caminos tiene que preparar? ¿Cómo ha de preparar su corazón?

Todos podemos dar pequeños pasos, que uno tras otro, son un gran trecho que podemos recorrer con la ayuda de Dios.

El primer paso es creer, es decir, que te fiarnos de Dios. ¡Qué difícil hoy fiarnos de nadie! "No te fíes ni de tu padre" se nos dice. Pues bien, hermanos, Dios nos pide en este Adviento y siempre que creamos sólo en Él, y no vale creer en otros diosecillos. Pero no nos pide creer sin más, nos pide creer porque Él (Dios) nos ama.

Un segundo paso para preparar ese camino sería dejarnos limpiar. La casa está muy sucia (la casa somos nosotros): hay mucha telaraña, malos olores, rincones donde no ha entrado la luz. Y al Señor le gustan las cosas sencillas pero limpias. Antes las mujeres bajaban al "llavaner" (lavadero) a lavar y allí intercambiar también experiencias; pues bien, bajemos nosotros también al lavadero, al Sacramento de la Reconciliación, y también comunitáriamente, experimentamos el perdón con Dios y el encuentro con los hermanos que, más o menos, también andan como nosotros.

Es importante que nos liberemos. Hay muchos apegos y leyes de consumo que nos atan. La casa está llena de cosas, de esas figuritas inservibles y de dudoso gusto que vamos recopilando en nuestros y en los viajes por la vida de los demás, diosecillos que vas acumulando en nuestra vida. Y hay tanto trasto que no hay sitio para Dios.

Compartamos. No tendríamos tantas cosas si supiéramos compartir. Recordemos las palabras del Precursor: "El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo".

Liberémonos de nosotros mismos. No es que no nos queramos, es que nos queremos mal. Estamos demasiado preocupados por nosotros mismos, y si Dios nos visita al estar tan pendientes de nosotros lo más probable es que no le hagamos caso. A Dios nunca se llega si no es por el camino de la humildad.

Otro paso a dar es hacer crecer el deseo de Dios, que eso es Adviento. Desear a Dios por encima de todo, desearlo como el alimento o "la droga" de nuestras vidas, desearlo más que los placeres y las evasiones.

Y por último: Amemos. Amemos a Dios que tanto nos ama, amémosle más que a todo, amémosle siempre.

Pero hemos de amar no sólo al Dios que está en los cielos, sino al que anda por ahí y se le puede encontrar por cualquier calle o casa, al Dios permanentemente encarnado, al Dios más visible, al Dios más necesitado.

Preparar la Navidad no es llenar de espumillón y de flores de pascua nuestras casas, es "dar el cayo" por los demás. En la Iglesia lo hacemos de una forma organizada por medio de Cáritas y se condenan aquellos que menosprecian y no colaboran con esta gran labor; porque ser cristiano, amar a Dios a quien no vemos, es amar a los hermanos a quienes sí vemos y en quienes se refleja el rostro del auténtico Cristo sufriente.

Esta preparación de los caminos del Señor —de los que nos hablaba el Evangelio— es lo que llamamos conversión. Y todo conversión es un proceso que debemos recorrer en pequeños pasos.

Hoy la Palabra de Dios nos invita a convertirse o cambiar totalmente nuestra vida, a empezar a vivir de nuevo, a ser el hombre o la mujer nuevos: el de la fe, la esperanza y el amor en todas sus dimensiones.

El Dios que se nos hace presente, el Dios de las promesas y de la gracia, está y viene a nuestra vida. Pidamos hoy, con fe, que venga a nosotros su reino; que pase este mundo; que todo se renueve; que venga Jesucristo, nuestro Señor.

Que así sea.

Parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles. Serra, Valencia
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